La biblioteca recomienda en abril… Cinco esquinas de Mario Vargas LLosa

“Cinco esquinas” de Mario Vargas LLosa

En la recepción de esta segunda novela de Mario Vargas Llosa tras obtener el premio Nobel de Literatura, parece que el foco de atención mayoritario se ha ido a concentrar en las escenas eróticas del libro, quizá porque con una de ellas da comienzo el relato, o quizá porque el propio autor ha comentado en diversas entrevistas que esa fue la fantasía inicial a partir de la cual empezó a urdir la narración

Pero sin restarle importancia a la obvia presencia de la sexualidad en Cinco esquinas, con toda certeza el resorte primordial que desencadena la torrencial acción de la novela estriba, más bien, en la naturaleza y el uso fraudulento del poder. No resulta algo casual. El poder constituye el estímulo más decisivo de todas las grandes novelas de Vargas Llosa: el mando en las pandillas callejeras de Los jefes, las relaciones de dominio en el internado del Colegio Militar Leoncio Prado en La ciudad y los perros, la cadena destructiva que desata la dictadura del general Manuel A. Odría en Conversación en La Catedral, el pulso de los yagunzos frente al ejército brasileño en La guerra del fin del mundo, las vicisitudes en torno al tiránico Rafael Leónidas Trujillo en la República Dominicana en La Fiesta del Chivo…

“Cinco esquinas” de Mario Vargas LLosa

El poder es el factor que espolea las más altas cotas creativas de Vargas Llosa. En Cinco esquinas la magnitud trágica del poder está descrita a través de unas palabras puestas en boca del todopoderoso y maquiavélico jefe del Servicio de Inteligencia de la dictadura de Fujimori en Perú, Vladimiro Montesinos, en una siniestra conversación con la periodista Julieta Leguizamón, apodada “la Retaquita”: “Sé que te apenará, pero era indispensable que supusieses lo que está en juego, Retaquita -dijo muy despacio y serio-. Algo más grande que tú y que yo. El poder. Con el poder no se juega amiguita. Las cosas son siempre, al final, de vida o muerte cuando está en juego el poder.

Y, en efecto, las decisiones últimas de este personaje semioculto en el relato determinan los acontecimientos terribles que van jalonando la novela. El Vladimiro Montesinos histórico ya había sido expulsado del ejército peruano en 1976 por actuar como agente de Estados Unidos y pasar información sensible a los servicios de inteligencia norteamericanos. A la salida de la cárcel tras cumplir su condena, Montesinos se convirtió en el principal abogado defensor de mafiosos y narcotraficantes, incluyendo a jefes del cartel de la droga del Medellín colombiano. Una década después, Alberto Fujimori, una vez ganadas las elecciones presidenciales de 1990, lo sitúa al frente del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN), cargo desde el que ejerce de báculo imprescindible para las aspiraciones antidemocráticas de Fujimori y desde donde orquesta las coacciones, extorsiones y homicidios que sustentaron el poder de ambos y su latrocinio a gran escala, apoyado en desapariciones forzadas, torturas, acciones de grupos paramilitares, venta de armas, violaciones de los derechos humanos, genocidios y terrorismo de Estado. Un ejemplo paradigmático de cómo un régimen populista conserva la apariencia de las instituciones democráticas para vaciarlas de contenido y someterlas a un despótico control personal.

En su ensayo La utopía arcaica, Mario Vargas Llosa describía así el orden instaurado por Fujimori y Montesinos en el que se desenvuelve Cinco esquinas: “El régimen inaugurado por Alberto Fujimori en abril de 1992 es la expresión de un país informalizado, de cultura chicha, asqueado de la demagogia y la ineficacia de los gobiernos legales y harto de la violencia sanguinaria que desató el terrorismo político. El régimen que ha resultado de ello tiene apariencias democráticas; gana las consultas electorales, mantiene la división de poderes y en teoría respeta el pluralismo político e informativo. En realidad, detrás de aquel decorado está una máquina autoritaria que, mediante la prebenda o el chantaje, ha ido poniendo de rodillas a jueces, medios de comunicación, periodistas, sindicatos, empresarios, y creando un sistema legal ad hoc que legitima todo lo que hace.” Magnífica descripción no solo del poder ilegítimo de Fujimori, sino de todos los regímenes populistas del continente americano. Vladimiro Montesinos fue el cerebro gris del saqueo, despotismo y vejaciones de aquel sistema y el personaje que mueve con puño de hierro los hilos en la sombra en Cinco esquinas.

Una de las herramientas favoritas de Montesinos, y en la que centra su mirada el novelista, no es otra que el “periodismo chicha”, que alcanzó su esplendor bajo el yugo de Fujimori. Por “cultura chicha” se ha entendido en Perú los productos culturales y circunstancias políticas mal hechas, falsas, sin escrúpulos. A finales del siglo XX se habló de “música chicha”, “arquitectura chicha”, “economía chicha”, “partido político chicha”, “constitución chicha”, o “presidente chicha”. En la era de Fujimori florecieron también los “periódicos chicha”, destinados a dar una información fraudulenta, escandalosa, tergiversada, permitida y fomentada desde el poder. En Cinco esquinas, el novelista hispano-peruano disecciona de qué modo Vladimiro Montesinos aprovechó estas “publicaciones chicha” como un arma letal contra sus enemigos. La difamación, el descrédito público, la coacción en todos los ámbitos sociales, el puro y simple chantaje, se ejecutaron sin remilgos a través de este modelo de prensa popular. Se podía desembocar en la muerte civil de una persona, utilizando verdades secretas o mentiras fabricadas, hasta la defunción moral de quien tuviese la desgracia de convertirse en objetivo de su punto de mira. Aunque con frecuencia ese homicidio en la vida civil pasase a causar escabrosos crímenes físicos, espantosamente reales.

Esto es lo que sucede en la última novela de Vargas Llosa a partir de su segundo capítulo –concluida la escena erótica inicial, que tanto escándalo ha provocado-, cuando se nos muestra de qué modo el director de la “revista chicha” Destapes, Rolando Garro, comienza, en Lima, el proceso de chantaje a uno de los más altos empresarios del país, Enrique Cárdenas, tan acaudalado como de frágil personalidad. Desde ese momento veremos cómo los acontecimientos se perciben de forma caleidoscópica a través de figuras como el abogado Luciano, su esposa Chabela, periodistas de Destapes como Retaquita o el fotógrafo Ceferino Argüello, o miembros decrépitos de la farándula como Juan Peineta. Inolvidables creaciones las de Rolando Garro, Retaquita, el demente Juan Peineta y el propio Vladimiro Montesinos. No estamos ante una novela crepuscular o un novelista en declive. La fuerza inventiva de Vargas Llosa retorna con toda su pujanza. Después de deleitarnos con los indelebles protagonistas de El héroe discreto -de la que dimos cuenta en estas mismas páginas-, presentándonos la modernización del país bajo la “dictadura chicha” de Fujimori, que acabó con las supercherías indigenistas que trataban de vincular a enormes capas de la población con unas supuestas raíces raciales totalmente falaces, ahora nos muestra el lado funesto de esa “era chicha” obsequiándonos con nuevos personajes imborrables y una acción que avanza como un vendaval literario. Imposible dejar de leer.

El autor de Conversación en La Catedral ha perfilado con la máxima eficacia los elementos literarios del suspense y el thriller, que ha ido incorporando a su narrativa en los últimos tiempos con insuperable destreza. Cada revelación abre el apetito de conocer otra incógnita nueva apenas entrevista. El juego de descubrimientos y revelaciones contienen, a su vez, omisiones y nuevos enigmas, orquestado con mano maestra por el novelista para mantener vilo al lector y atraparlo enérgicamente en el mundo ilusorio de la novela. Se recorre así toda la estructura social del país, desde el poder político de Fujimori hasta el empresariado amenazado por el terrorismo, las fuerzas policiales, las Redacciones de los periódicos, las timbas de juego ilegal, la farándula, las nauseabundas celdas masivas de las cárceles con los estratos sociales más degradados de la población. Vargas Llosa hace de nuevo un auténtico alarde técnico en el arte narrativo. Pero ante todo, esa maestría no es una pericia vacua que solo deleita mientras se lee, sin dejar después ninguna impresión profunda en el lector. Por el contrario, Cinco esquinas alberga una tragedia shakesperiana sobre la naturaleza destructiva del poder y un desenmascaramiento de la verdadera faz torva y despiadada de los regímenes populistas. ¿Será capaz Mario Vargas Llosa de regalarnos, en un futuro, la novela del populismo del siglo XXI, representado por el chavismo venezolano, contra el que ha tenido el coraje de combatir en términos personales, ensayísticos y políticos? Con frecuencia, la gran novela nos proporciona las evidencias más incontrovertibles sobre las terribles consecuencias de los poderes autoritarios que se encubren bajo una máscara benefactora.

Como contraste a “esos misterios pestilentes del poder, donde reinan Fujimori y el Doctor” -en palabras del novelista hispanoperuano-, el autor nos muestra un contrapunto, el del hedonismo erótico entendido como placer salvador. Resulta un tanto estridente el pequeño revuelo de censura contra estos episodios de la novela. Y un tanto ingenua o malévola la crítica a estos lances estratégicamente situados en ella.. No es un asunto nuevo en la narrativa del premio Nobel. Hace ya tiempo que dejó claro su criterio sobre este controvertido factor en la literatura al declarar: “Sin erotismo raramente hay gran literatura. Y al revés, una literatura que solo es erótica difícilmente llega a ser grande.” Conocidos son sus ensayos donde explora con gusto la singular sensualidad de Gustav Flaubert en La orgía perpetua, o deplora, por el contrario, la condena de la sexualidad en el novelista indigenista peruano José María Arguedas en La utopía arcaica, del que explica: “Arguedas tenía -lo hemos visto- una visión horrorizada del sexo -el “vicio maldecido”, lo llama Gregorio-, la de un verdadero puritano, de tal manera que, exagerando, pero poco, se puede decir que corrompido sexual en el mundo de Arguedas es todo aquel que hace el amor.” Vargas Llosa no está obviamente en esta estela y se podía seguir, con toda probabilidad sin grandes dificultades, la irrupción, desarrollo y afianzamiento de esa sensualidad erótica a través de aquellas novelas donde ocupa un lugar preponderante, como pueden ser los casos de Pantaleón y las visitadoras, La tía Julia y el escribidor, Elogio de la madrastra, Los cuadernos de don Rigoberto…

Aunque sin duda el tratamiento del erotismo ha experimentado un avance en la obra que Vargas Llosa ha escrito en el siglo XXI. En sus novelas anteriores, aun exponiendo las múltiples variantes del amor, el deseo, la seducción, el sexo, quizá haya una primacía de lo sexual como expresión de lo vicioso y de la oscura patología. En cualquier caso, se le ha recriminado mostrar una concepción sexista del macho tradicional, cuando esa visión en numerosas ocasiones corresponde más al propio personaje que al autor. Esta percepción ha ido dejando paso ahora a una creciente apología del erotismo cuya cosmovisión es mucho más amplia que el sexismo tradicional. Quien viese a Mario Vargas Llosa encarnando al duque Ugolino en su propia pieza teatral Los cuentos de la peste, inspirada, a su vez, en el Decamerón de Boccaccio, ya no tendrá dudas sobre el papel definitivo que la fantasía erótica ha ido adquiriendo en Vargas Llosa en los últimos tiempos frente al mal. Esa fantasía erótica se erige en la mejor salvaguarda frente a la peste, en la que se simboliza la devastación moral, la ruina absoluta de la convivencia civilizada, los diversos rostros del instinto depredador y criminal del ser humano. Esta es la función que desempeñan las contadas fantasías eróticas que irrumpen tácticamente en Cinco esquinas. Constituyen un conjuro ante la tragedia shakesperiana sobre el poder que ocupa el centro del relato. Una vacuna, una regeneración, una prescripción casi facultativa frente los estragos demoledores del poder ilegítimo.

Algún crítico ha querido hablar de literatura declinante, tardía, fallida o prescindible. Cuando, en realidad, tanto en El héroe discreto como en Cinco esquinas, nos hallamos ante narraciones vigorosas, repletas de brío, a la altura de las mejores creaciones del premio Nobel. Cinco esquinas atesora grandes dosis de placer de lectura y un necesario y saludable desenmascaramiento de la vileza de los poderes populistas.

Fuente: http://www.elimparcial.es (Viernes 1 de abril 2016)

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